Se cuenta que la heroína volvió en grandes cantidades a Occidente cuando en los años sesenta la CIA necesitó neutralizar a los Panteras negras, que, como policía espontánea de los depauperados barrios negros de California, amenazaba con autogestionar la seguridad de las zonas marginales dejando a un lado a la policía oficial, encima de ser rojos/rojísimos pese a su manifiesto color de piel. El ardid de conseguir que los Panteras… se destruyesen a sí mismos impunemente a base de chutes a punto estuvo de funcionar, pero estaban tan bien organizados que advirtieron la jugada y fueron capaces de rechazar el cargamento a tiempo. De allí, en consecuencia, se dispersó al resto del país, hasta hoy, que sigue sirviendo para que el lumpen se autosuprima sin cargo legal aparente de responsabilidad hacia los gobiernos que, fingiendo combatir el imperio de la droga, se sirven de ella para su particular lucha de clases. Táctica tan inteligente como perversa, no hace falta decirlo. Pero, previsiblemente, también incontrolable, puesto que las drogas llamadas «heroicas» no sólo son consumidas por los pobres, y de cuando en cuando el cachorro de una familia rica cae, por no hablar de músicos, actores e incluso los propios políticos en un curioso giro del efecto boomerang. De aquí en España en los años ochenta no hace falta hablar, porque todavía la mitad de la población lleva el recuerdo en sus carnes aunque ningún medio de comunicación haga la menor «memoria histórica» de ello. ¿Y cuál es la naturaleza intrínseca y común de heroína, cocaína, base, crack, etc.? Pues, como señaló hace años Agustín García Calvo en la mítica revista Archipiélago, que son substancias que producen subidones vacíos, éxtasis nihilistas, sin rastro alguno de visiones, armonías, pesadillas u otras experiencias de viaje o autoconocimiento. El yonqui de estas cosas, como se sabe, termina por abandonar familia, amigos, trabajo, aficiones e incluso aspecto físico para convertirse en un zombi de la miseria, todos iguales (roncos, sin dientes, etc.) y todos en persecución de un único afán. Es sin duda una forma contemporánea de ascetismo porque el yonqui ya no come, ya no se asea, ya no se viste y ya no se relaciona, tan sólo renuncia a todo como el estilita medieval en lo alto de su columna o el ermitaño en su cueva. Sólo que aquí Dios se siente realmente en el cuerpo como quizá ningún místico lo haya sentido antes (y recordemos que han existido muchos místicos de la Nada Absoluta también en Occidente, como Angelus Silesius o Meister Eckhart; nunca sabremos lo que no habrían escrito de haberse metido un buen pico…), con el único trámite de rezarle `previamente al camello (Lou Reed en 1968 «esperando a su hombre»), y efectivamente la divinidad del asceta ateo es Nada, pero una Nada altísima, suprema, hecha de negación del cuerpo y lo mundano y no muy diferente del descanso de la muerte o de la anulación total del Nirvana. En la célebre Trainspotting de 1996 la situación hasta parecía divertida, ya que los protagonistas lograban mediante la heroína la satisfacción individualista consumada que pregona el capitalismo, pero hasta en esa película se dejaba ver muy claro que la adicción es un ateísmo monoteísta, con la autodestrucción en el papel de Deidad Incontestable…
Ahora, en la televisión asustan a la «gente de bien» con el rollo del fentanilo, ya que parece haberse agotado el cuento de los okupas y la maldad de Putin. Como decía Marx, cuando la historia se repite lo hace primero en forma de tragedia y luego en forma de parodia. El opio como religión del pueblo, en fin, invirtiendo la cita del filósofo, tampoco parece una buena idea…
https://youtu.be/IkKLoNnsGS8
