Cuando el arte rescata al artista

Giuseppe Verdi (1813-1901). ¿Quién no conoce a este compositor romántico italiano de algunas de las óperas más famosas de la historia, aunque no sea un entendido en música clásica? Nadie, ¿verdad? —eso mismo creo yo y me alegro de que así sea—.

Ahora bien, la pregunta inmediatamente que se estará planteando el lector, será: ¿y qué hace un poeta en una revista de pensamiento crítico-filosófico hablando de un compositor? Sencillo, muy sencillo. El motivo que me ha llevado a escribir este artículo no es sino la humana y fastidiosa situación en la que habitualmente caemos quienes vivimos por y para el arte —en mi caso, claro está, para la literatura—. Sí, así es, mi querido y anónimo lector. Todo aquel que crea que atraviesa momentos no tanto de falta de inspiración como de crisis artístico-vital. Las dudas revolotean como moscas sobre nuestras mentes y el sentido de nuestro arte parece ser una pincelada de acuarela que se disuelve en el agua hasta perder completamente su color. Los problemas personales y emocionales nos asfixian, aprietan el alma cual nudos corredizos pendientes de una soga. Como digo: una crisis artístico-vital difícil de evitar por mucho que digan que no se debe mezclar lo personal con lo profesional. ¡Tonterías! —disculpen mi sincera oposición a dicha afirmación—. Lo profesional es el trabajo que sale literalmente del esfuerzo del hombre, ya sea intelectual, físico y/o artístico, y esto…, esto es lo más personal del mundo. Además, no olvidemos que precisamente es el entorno laboral y todo lo que este lleva aparejado (salario, horario, compañeros, prestigio…) el que toma las riendas del día a día de los seres humanos.

Parte I: Jerusalén, Aria: Come notte a sol fulgente / «Como la noche antes del sol».

Y es ahora cuando el gran Giuseppe Verdi cobra relevancia en esta historia porque también él, el maestro de la ópera del romanticismo italiano, atravesó un difícil momento personal que lo llevó a creer que jamás volvería a componer una ópera.

Esto sucedió en 1840, año en que su amada y amante esposa Margherita Barezi moría y dejaba a Verdi sumido en una profunda tristeza, en una “nada” devorando su alma y consumiendo sus ganas de vivir. Además, anteriormente ya había tenido que sufrir la muerte de sus dos hijos (una niña y un niño) a edades muy tempranas. Con semejante carga emocional sobre sí mismo, Giuseppe Verdi tuvo que cumplir con sus encargos, estrenar la comedia titulada Un giorno di regno y afrontar el fracaso de la misma. Sí, justo cuando más hubiera necesitado recibir un “baño de éxito” a modo de ungüento para combatir su dolor, Verdi fracasó y consecuentemente se hundió.

Parte II: El impío, Aria: Anch’io dischiuso un giorno / «Yo también una vez abrí mi corazón a la felicidad» Nabucco es fulminado por un rayo y pierde sus sentidos.

Lejos, invisibles, olvidados y vacíos quedaban los años de esfuerzo, aprendizaje y trabajo. Todo parecía derrumbarse y hasta se juró abandonar la escena musical. No creía en sí mismo. Dejó de sentir la tierna visita de las musas inspirando su alma. Sin duda, sentía frío, pero no el frío sensorial y físico, sino un gélido escalofrío: el de la soledad del artista sin el apoyo, e incluso a veces necesaria comprensión del público. Todo se tambaleaba a su alrededor. Sus oídos sordos, cerrados a la escala de las siete notas musicales. Ningún sol le iluminaba, ninguna cuerda, del pentagrama una línea, se tendía hacia él a fin de rescatarlo de aquella situación de amarga desesperación, pero… —¡qué extraordinaria la llegada de este “pero”! — Pero se obró el milagro. El infierno tormentoso escampó, brilló de nuevo el sol, sopló el viento del consuelo, de la confianza y del apoyo cuando Bartolomeo Merelli, amigo y empresario de La Scala de Milán, consiguió persuadir a al alma innata de genio y artista de Verdi. Desconozco las palabras que Merelli empleó; sin embargo, me atrevo a imaginar que su boca convocó algo así como un conjuro añadiendo una mirada profunda, de esas que te atraviesan el corazón y, tal vez, una mano apoyándose en el hombro del desdichado hombre, frotando su tristeza y espantando el desconsuelo de su amigo.

Parte III: La profecía, Va pensiero, sull’ali dorate / «Vuela, pensamiento en alas doradas; vuela y asiéntate en las laderas y las colinas».

Y, así, el divino don del italiano escuchó el tácito ruego de las musas, de la inspiración solicitando una nueva composición: ¡el propio arte rescataba al artista!, quien sin saber muy bien cómo ni por qué, regresaba a sus partituras, a sus anotaciones, escalas y compases para empezar a trabajar en un libreto que había sido rechazado por el compositor Carl Otto Nicolai. En poco menos de un año— para el otoño de 1841— pudo entregar al público la que sin duda sería su ópera por excelencia y el coro Va, pensiero, del tercer acto, uno de los pasajes corales más representativos del momento, de ayer y de hoy.

Con el título de Nabucodonosor se estrenó el 9 de marzo de 1842, no solo cautivando al público y crítica de aquella época, sino alcanzando el estatus de todo un himno por la libertad.

Sobran las palabras para hablar del número más conocido de la ópera: «Coro de los esclavos judíos,» Va, pensiero, sull’ali dorate («Vuela, pensamiento, en alas doradas»), aunque no hay duda de que el mismísimo Verdi se sintió como uno de aquellos esclavos gritando, implorando libertad al más ruin de todos los tiranos: la tristeza.

Parte IV: El ídolo caído, ¡Va! La palma del martirio… dischius’è il firmamento / «Ve, doncella, y conquista la palma del martirio»… «Oh, ¡el cielo se ha abierto!»

Esta es una hermosa demostración de cómo arte y artista se necesitan, inevitablemente viven por y para el uno por el otro y así, de los oscuros tiempos, sombrías horas en que el genio parece quedar adormecido, nacen las más insólitas y exitosas obras.

Sea este el asombroso y mágico poder de cualquiera de las Artes; sea este el antídoto de la tristeza humana; sea este el milagro que solo las musas, siempre amantes, obran porque cuando el artista se siente morir, es el propio arte quien llega siempre a su rescate, le lanza un salvavidas y de nuevo, juntos, ponen rumbo al océano de la creatividad, de la confianza en uno mismo y sus talentos.

«Este verso hoy, mañana ese, aquí una nota, ahí una frase completa y poco a poco se escribió la ópera», recordó más tarde el propio Giuseppe Verdi.

Belén Hernández Grande
Belén Hernández Grande

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