Hace ahora treinta años, en septiembre de 1965, publicaba en París un oscuro profesor de la École Normale Supérieure de la rue d’Ulm una recopilación de artículos y notas titulada Pour Marx. La transcendencia de aquel volumen parece hoy desmesurada, y, sin embargo, desmesurada fue también la acogida que recibió, ya fuera para animar el intento ya para condenarlo. Aquel oscuro profesor, sin apenas obra hasta aquel entonces, ya no es profesor, pero sigue cerniéndose sobre él una oscuridad sintomática. Se llamaba Louis Althusser y fue durante los años 60 el principal responsable del interés que Marx y más tarde Lenin adquirieron para la filosofía en aquel momento. Muerto en noviembre de 1989, el interés que hoy despierta Althusser ya no es, con todo, de la misma índole. En efecto, de la potencia especulativa que se le concedía, de la radicalidad con que sabía presentar sus escritos, hoy se hace general abstracción en función de lo que tras de ella se ha resuelto decidir que había: insuficiencia analítica y dogmatismo recalcitrante. Abstracción, no obstante, que se comete para poder salvarlo de sí mismo, para poder leerlo sin que aquella legendaria potencia y aquella fascinante (anti)retórica impidan un acceso oblicuo, entendiendo por oblicuo lo siguiente: literario y trágico.
Que el drama que los conceptos sufren en su guerra teórica sea sustituido por el regocijo en la tragedia de quien intentaba pensar las dificultades de que los conceptos descansen alguna vez, el drama de la inextirpable dialéctica de las palabras, de las cosas, de los asuntos, sólo puede ser entendido como lo que es: una bajeza. Que los enanos, sin embargo, tengan razón no es de extrañar, pues su función no es otra que esa: la de tener razón. Ahora bien, si Althusser era filósofo, es decir, si aquello que le movía a pensar no era otra cosa que el esfuerzo por despojarse de las razones con que los hombres se constituyen (imaginariamente), aquel volumen de hace ahora treinta años, aquella insólita reivindicación de Marx fue el primer paso para eliminar las razones que estorbaban que Marx ayudara efectivamente al despojamiento de lo que impide a los hombres que sepan lo que les pasa, incluso lo que se les pasa por la cabeza cuando sienten que un fraude se comete con ellos cuando les pasa lo que les pasa, cuando simplemente padecen la fuerza ininteligible de las cosas mientras invierten la suya arrastrándose por entre la estupidez y el cinismo.
De todo aquel intento, no obstante, poco queda. Ahora bien, que aquel intento asustara indeciblemente, que fuera percibido como amenaza, incluso si sólo era una amenaza teórica o conceptual, es precisamente lo que ahora, treinta años después, no puede dejar de ser observado. Pues que las causas para que asustara entonces son las mismas que ahora se conjuran mediante el procedimiento de eliminar de los escritos de Althusser (de los viejos y de los recién editados) todo aquello que pudiera recordar, siquiera mínimamente, el miedo antiguo que suscitaba.
Pero ¿qué había allí? Discusiones más o menos académicas acerca del presunto humanismo de Marx, reflexiones más o menos refinadas acerca de conceptos tales que los de contradicción, dialéctica, sobredeterminación… Poca cosa, en verdad, poca cosa si no fuera porque el desentrañamiento del mecanismo de tales nociones se encontraba al servicio de los que no querían seguir siendo enanos. Y, así, el consecutivo sentimiento que se experimentaba al leer sus páginas de que aquello servía para algo más que para nada; un sentimiento de convocatoria que se experimentaba por el lado menos visceral e inmediato, por el lado inhabitual del concepto, pues que parecía al cabo que la teoría estaba viva y no disecada y que no era patrimonio de algunos, sino de todos, dado que se enfrentaba a los dispositivos que hacen que se piense lo que tan solamente puede ser pensado y favorecía en cambio que se reflexionara acerca del destino que hace que sólo se puede saber lo que ya está sabido.
Es por eso que más allá del tiempo transcurrido, si es que se puede hablar así, más allá de aquel intento frustrado por la enfermedad y la muerte, pero enterrado, no obstante, por la salud y la vida de los que creen estar vivos y sanos (o salvos), más allá de todo eso, resta averiguar si lo que aquel intento prometía son promesas cumplidas en la frustración o jalones de una batalla no consumida. Si al cabo fuera lo último, podrá decirse entonces en efecto l’avenir dure longtemps1, pero que es que si es lo último, podrá decirse también que no todo está perdido, pues no todo estará sabido, y en esas puede que estemos.
1Althusser, Louis. El provenir es largo. Destino (1992) (nota de jvg).
Mecanografié esta pequeña nota en 1995. Ha estado sepultada en algún cartapacio desde entonces. Una casualidad me la ha devuelto. Aquí la ofrezco tal cual porque tiene algo de retrato de un momento. Su retórica emancipadora me hace sonreír, pero no avergonzarme del todo.
Althusser fue sin duda Mad Marx, se tu admirado Mel…
!Qué grande Mel Brooks!
Juassss! Odié su Loca historia de las galaxias, la peor película del mundo junto con alguna española.