Es una verdad indiscutible, una evidencia clara a la vista de cualquiera quien, al igual que yo, guste, se embelese y adicto se confiese de dos de las disciplinas que sin saberlo ellas mismas, en tácito secreto contrajeron matrimonio indisoluble desde el momento en que en cada una de ellas se escribió, se sintió, se pensó y hasta parió la primera letra. Me refiero a la Poesía y a la Filosofía. Sí, ambas son amantes, se desean y se integran mutuamente. Una, bebe, come, vive y respira por la otra y viceversa. De este modo, si una es Ciencia, lo es también la otra y si una es Arte… Irremediablemente lo es también la otra. De nada sirve aquí tratar de señalar diferencias, dibujar límites, levantar fronteras. No, Poesía y Filosofía van de la mano, se aman, se comprenden, se respetan y veneran cual Romeo a su Julieta.
Ahora mismo, puedo imaginarme una mueca de extrañeza plasmada en el semblante del lector ante esta personal y más que subjetiva reflexión. Sin embargo, nadie tema, pues llego ya al meollo del asunto, al dilema entre Existencia, Libertad y Verdad. Al mismo dilema sobre el que trataré de arrojar algo de luz, pero no lo haré sola sino con la ayuda de… —¡eso es! — de filósofos y poetas.
Para ello, saldré en busca de un muy querido amigo mío —tan amigo y tan querido, que sus libros me acompañan durante las oscuras horas de la noche en que me entrego a sus lecturas y… ¡Y la noche ya no existe! La oscuridad se desvanece y la luz invade mi alma, mi mente y mi sentir—, ahora sí, les presento a Rüdiger Safranski, filósofo y escritor alemán nacido en 1945.
Según Rüdiger Safranski y su análisis de la libertad humana, todos, en lugar de entender que: «la verdad nos hará libres, será la libertad quien nos hará verdaderos».
¿Qué podría yo, una humilde escritora y de su obra fervorosa lectora, añadir? Nada, poco, algo… Yo creo que nada o, tal vez, solo pueda acudir a otros hombres, nombres propios de la Filosofía para enfrentar sus argumentos y tratar de componer una caprichosa divagación que nos invite a cuestionarnos cuánta verdad es posible hallar en aquello que llamamos “libertad”.
Y así, cumpliendo con aquello de quien tiene un amigo tiene un tesoro, —en mi caso ya son dos— salgo en busca de Hegel (1770-1831) filósofo del Idealismo y también alemán que, junto a Kant y Husserl, desarrolló su pensamiento dentro de la Modernidad con la pretensión de explicar el proceso a través del cual lo real y la verdad llegan a constituirse como tales.
Hegel defiende el paso de la individualidad a lo particular y de ahí a lo universal con el único fin de que el hombre halle sentido. Es decir, el hombre necesita alejarse de sí mismo para integrarse en lo colectivo y universal. Esto es: ser aceptado y dicha aceptación pareciera sacrificar la verdad de uno mismo ante la ajena y así, la libertad del individuo será la libertad establecida por el grupo, por la comunidad y lo universal. Aunque… no nos engañemos. No será esta la libertad aquella de la que nos hablan desde niños con el sencillo axioma de «la libertad de uno acaba donde empieza la del otro». No, nada de eso, más bien se trata de una libertad impuesta, heredada, consensuada por… ¿por el grupo? ¿por y para el grupo entendido como colectivo universal? ¡No! ¡Error! ¡Fallo! ¡Inocente quimera! Se trata de la falta de libertad establecida como verdadera a fin de hacernos creer y hasta sentir libres, aunque sea portando grilletes en nuestras mentes, cadenas en nuestros corazones y oscuras vendas tapando los ojos.
Sin embargo, Safranski opina más bien lo contrario que Hegel y argumenta que: «el hombre que se aleja de uno mismo termina por perderse y así, quien está bajo la sugestión de lo universal; quien quiere ser liberado en vez de liberarse a sí mismo, malogra la entrada solo a él destinada». Y añade una interesante recomendación: «se deben combinar las verdades con la ironía para poder soportarlas, para poder seguir viviendo».
De este modo, llego al final de esta divagación y sin faltar a la amistad, he de confesar que por esta vez tomaré partido y me quedaré con la filosofía de Safranski e invitaré a la Poesía a tomar parte en este asunto reproduciendo los hermosos versos que componen el poema «Mitad de la sangre» de Emilio Prados, poeta malagueño perteneciente a la Generación del 27, para así dejar que el lector elija dónde y con quién se halla más cercano a la Verdad, a la Existencia y a la Libertad:
Tanto he llamado al silencio;
tanto he nombrado al olvido,
tanto entré en mi soledad
que, hoy, en mi cuerpo cautivo
ando y no puedo encontrar
la salida de mí mismo…
Al sueño a peregrinar
voy; a cumplir mi castigo…
Al sueño por libertad.
Para cumplir mi destino,
al sueño voy a soñar
que tengo al sueño vencido…
Al sueño voy por pensar,
que, sin pensamiento vivo,
para volver a pensar.
Lo que decía Hegel es que libertad es autorresponsabilidad, y en esto coincide con Nietzsche, aunque en un sentido mucho más jurídico-social y nada anarquista. En mi opinión, cualquier otra definición o se pasa («haz lo que quieras», «construye tus propias reglas»), o se queda corta («eres libre de acatar las leyes, no de intervenir en ellas»). Safranski es un gran divulgador.