παρεόντας ἀπεῖναι.
Presentes, están ausentes.
—¡Tiempo ha que no te veía! Y casi ni me ves, que vienes cabizalto por la acera riéndote…
—…y más floja que se va tornando la risa, como si se fuera desprendiendo de las sogas que la mantenían sujeta al sujeto y liberando así a este de tener que seguir siéndolo, de tener que seguir creyéndoselo.
—Pero dime, como si fuera yo una tracia cualquiera que bromea sobre lo que no entiende, dime qué te andas con la mirada lanzada a las alturas, que bien sé que no será pasión ninguna por las órbitas elípticas que no pueden de veras serlo ni por noticia ninguna de cometas o meteoritos de que los Productores de Informaciones hayan dado noticia.
—Aprovecho que evocas las sesiones que dedicamos, acompañados de la correspondiente pizarra para esquemas y dibujos que se nos iban ocurriendo, a los maltratados pasajes del libro VII de la Politeía de Platón, siempre en trance de que los glaucones los conviertan en Religión, con sus dualidades de cuerpitos y almitas y realidades verdaderas y realidades falsas y el resto de componentes del gran lío y confusión en que no desisten de querernos meter, aprovecho todo ello para dedicarnos a lo que nos va y nos viene, la marcha dialéctica.
—Sí: que nos va, y nos viene, la marcha: esta de dejarnos hablar, que no otra cosa es, como descubríamos, eso de ‘dialéctica’, ese propiamente adjetivo de la vía o senda que se va haciendo al irse haciendo, y por tanto se va asimismo deshaciendo. Y me viene ahora aquello de que ‘dialéctica’, convertido por los creyentes en nombre sustantivo, lo ponían en algunas versiones del libro en lugar del verbo griego correspondiente, ‘dialégesthai’, algo como ‘hablar(se)’ o ‘dejarse hablar’, dejar que lógos, lenguaje, vaya haciendo de las suyas, y esas conversiones, para quien no se haya tomado el gozo de mirarse el griego original, empujan hacia la confusión y lío de que hablas; y lo otro que rememoro, y ya se me debe de ir viendo en la sonrisa que me florece, es aquel trance en el que el desdichado Glaucón exclama, en 529a, Allà pôs?, «Pero ¡¿¡cómo!?!», asombrado de que le haya salido el tiro por la culata en su intento de hacerse el listo con Sócrates.
—Agazapado y acechante, como un tigre en la maleza, anda el mecanismo de la Fe dispuesto a saltar sobre su presa y darle muerte y devorarla, presto a hacerse una idea que limpie, fije y dé esplendor. Dejémonos hablar, pues, sin caer demasiado en ideaciones de lo que vaya surgiendo.
—Sospecho que me tienes reservada alguna sorpresa que, por mucho que mi sospecha trate de desactivarla, no evitará aquel exaíphnēs de que también Sócrates da cuenta, la rotura de cualesquiera imaginaciones pringosas con que creemos saber lo que creemos.
—Pues ya se verá: o, mejor, no: que no se vea. Pero, antes, dime: ¿qué hiciste ayer por la tarde, a eso de las siete u ocho?
—A ver… sí, eso es: salí a orearme a la vera del río junto a los chopos y los álamos, entre la algarabía de pajarillos e insectos innúmeros.
—Y los próximos días, ¿algo que te ronde?
—Pues, mira, ahora que lo preguntas, he visto anunciado un concierto de laúd al que acaso me acerque…
—Y, dime, ¿qué has hecho para darme noticia de ambas cosas?
—No te diré que «hablar», ni «contártelo», ni nada parecido, que eso ya se presupone… A ver… ¡A ver! Eso es lo que he hecho, verlo.
—Y ¿dónde?
—…¡Coño! Ahí, ¡en las alturas! Ahí, frente a mí, arriba, en esa como pantalla en la que estaban, y están ahora, fijas las imágenes que te iba describiendo. Y me doy cuenta de que lo del oreo está puesto más bien a mi izquierda, y lo del laúd más bien a mi derecha.
—Pues ya ves, nunca mejor dicho, ese descubrimiento tan sencillo nos da una pista de en qué consiste el Tiempo de que se habla, el de la Realidad: ese del que se dice que «pasa». Y es esa expresión tantas veces repetida la que no acababa de entender, eso de que «El Tiempo pasa». El Tiempo pasa, y así tenemos a un lado eso del pasado, esto es, de lo pasado, y por otro lado, eso de lo futuro que, en tanto que ya lo he colocado ahí, en esa pantallita, no difiere de lo pasado salvo en su posición: uno a la derecha y otro a la izquierda, y si lo uno a la derecha, siempre a la derecha, y si lo otro a la izquierda, siempre a la izquierda. Por lo demás, no hay modo de diferenciarlos: de manera que le decimos a lo futuro «el porvenir», esto es, lo por venir: pero ya me dirás tú cómo va a venir si previamente no está ya bien puesto en su sitio: que ya está venido, vamos, venido y revenido.
—Pero, entonces, eso de «pasar», eso ¿qué es? Porque eso que te describo, esos pajarillos y ese laúd, esos están ahí quietitos, siendo cada uno el que es, sin que les pase nada ni pasen ellos a ningún sitio. Que si no fuera cada uno el que es, no habría manera de que te los señalara.
—Acaso es que no pasa nada, nada está pasando, si nos permitimos, como se debe, usar ‘nada’ en el sentido corriente y moliente, y no nos dejamos arrastrar a la parla filosófica de científicos y existencialistas y demás, con su «el todo», «la nada», «el vacío», «el ser y la nada», «la nada nadea» y el resto de inventos de su idiolecto particular y privado.
—Es que casi se diría que eso de «pasar» indica más bien la conversión imposible de algo que hay aquí, sin idea de ello, y que no puede no haberlo, esto que se siente sin saber qué es, su conversión, digo, en ideación, en eso que veo en esa pantalla de fantasías frente a mí ahí arriba, en las alturas. Como si lo que hay, esto que de veras hay, por aquí abajo, pasara hacia arriba, ascendiera a las alturas, cosa que de inmediato se comprende como una operación de todo punto imposible. No me extraña que vinieras riéndote por la acera.
—Se me ocurrió, vete tú a saber cómo, ni falta que hace saberlo, investigar cómo era eso de «pasar» y «lo pasado» en vascuence, y el descubrimiento fue de tal calibre que esta risa se reveló como otra manifestación de esto que hay sin serlo.
—¿No le dicen a eso de «pasado» iragan y a eso de «pasar» igaro?
—Sí y no. Se trata de dos variedades dialectales del mismo verbo, por así decir. Solo que en estos últimos años, lanzados como están a homologarse en las jergas filosóficas y científicas, que es que les han dicho que su idioma vale como cualquier otro para reproducir las jergas teológicas, pues eso, que han de alguna forma «especializado» lo uno y lo otro para poder atenerse a la confusión de los teólogos de la Realidad, y es así que les enseñan a los que se meten a eso de estudiar vascuence que ‘igaro’ quiere decir «pasar» y que ‘iragan(a)’ significa «(el) pasado», como en la serie «pasado-presente-futuro» con que se mantiene esa falsificación, el Tiempo de que se habla o Tiempo real.
—Pues eso que cuentas bastaría para advertir el intento de falsificación, pero seguro que hay más…
—Haberlo, haylo. Lo primero, estas son las cuatro formas de variedad dialectal más utilizadas, dichas por pares: iragan, igaran, irago, igaro, de las cuales la segunda y la cuarta son transformaciones mediante metátesis de la primera y la tercera respectivamente, de manera que se trataría, a fin de cuentas, del par iragan/irago, ambos formados a partir de un participio, igan/igo, «subido», «subida», que con frecuencia se traduce mediante nuestro infinitivo «subir», pues en vascuence no hay propiamente infinitivos, lo mismo que en árabe y en tantas lenguas. Y ese –ra– que se oye en iragan/irago tiene el sentido de «hacer que algo se haga», de manera que iragan/irago significa propiamente «lo que se ha hecho subir», o con más precisión, y aunque nos suene un poco raro, «Lo que se ha hecho subido».
—¡Lo que descubríamos, ni más ni menos! Eso que llamamos «pasado» queda en vascuence dicho con claridad, esa operación de falsificación, ese hacer subir, ese «haber hecho subido», a esa pantalla de fantasías, al Tiempo real, a la Realidad…
—Ya ves, entonces, cómo se desmoronaría la Teología de la Realidad si, en lugar de seguir creyendo que «pasan cosas», los que se lanzan a «traducir» al vascuence las filosofías de Kant y Hegel y ¡Aristóteles! y toda la pesca se pararan este instante y dijeran: «¡Aguarda! ¡Que aquí no pasa nada! ¡Y mucho menos el Tiempo!».
—Pero ya se ve que no: se les ve el plumero: ahí siguen con sus cánticos a Dios, ¡Hōsha’nā en las alturas!
—Bueno, pero tampoco pasa nada.

Como, aunque se intente, nadie es capaz de dominar todo lo que dice, también en aquellos que lo intentan somos capaces de descubrir descubrimientos y hallazgos de razonamiento. Claro está que mal que les pese y a pesar de ellos mismos (los Aristóteles y los Hegel y los Heidegger), pero eso no es nuestro problema. Con una metáfora ajedrecística: las buenas jugadas se sobreponen a las intenciones de los jugadores.
El tiempo griego es cuando el humano podía aún redimirse. Es circular. Según Deleuze (Kant y el tiempo), Kant renueva la idea del tiempo, que para él es ‘el’ a priori, y en adelante un despliegue infinito, por tanto. Me gusta esa idea. Como dice un amigo mío (pintor) Si hubo crimen no habrá resurrección.