Le agradezco a Kafka por definirse a sí mismo como: «(…) un muerto al que era mejor no haberlo sacado de la tumba…» Sin saberlo, también me hallaba yo en su definición.
Él se sentía aplastado contra el suelo por los poderes de la vida, pero allí abajo, en la caverna de su escritura sometió a esos poderes a juicio y llegó a un veredicto inverso al descrito en sus cartas: No era él quien quedaba reducido a la nada sino esos poderes, los mismos que se disolvían en ella, en la nada.
En la caverna literaria, Kafka echó a volar; nada podía allí oponer resistencia pues en ésta no había poder que no pudiera superar. Se sentía menos débil, más seguro y comprendió que la fuerza de los poderes que le mermaban su existencia eran solo una contradicción y afirmó que: “Solo por creerse débiles, existe el poder”. Kafka lo define como «el poder omnívoro con el que hay que estar a bien para poder vivir». Es decir, hay que doblegarse y eso es hacerse débil engrandeciendo el poder. Perderse en un laberinto especulativo donde el poder no deja de ser peculiarmente intangible, quimérico. El poder no genera nuevas realidades, sino que es un inmenso aparato que tan solo constata lo que sucede y acontece. Esto es el Sistema, esta es la Sociedad y como siempre yo… (yo permanezco fuera por mi propio bien).
El poder del Poder proviene precisamente de quien se somete y se doblega. Es el débil quien empodera el Poder. El Poder solo existe gracias a la imaginación colectiva. El poder del Poder, el poder de la ley se nutre de la médula de aquellos que no pueden imaginarse la vida sin el Poder, sin la ley.
Pero… No nos alejemos del comienzo y recordemos que, para Kafka, narrar era un acto de liberación. Narrando se defendía de terminar siendo tragado, engullido por las potencias externas e internas que le acechaban y así, siguiendo su premisa, aquí me hallo yo, escribiendo para ustedes.