La poesía de Martin Seymour-Smith

Una melodía propia

Estar al acecho, escudriñarse a sí mismo en términos heraclitianos y socráticos, buscar el rastro hasta dar con la propia melodía, aquella que nos ilumina y da sentido a nuestra existencia: en eso consiste la poesía de Martin Seymour-Smith (Londres, 1928-1998), un adolescente que a los 14 años de edad muestra a Robert Graves en Devon, durante la Segunda Guerra Mundial, su poesía embrionaria. Graves encuentra en el joven a un poeta ya maduro, lo cual no implica que no mejorase con el tiempo la técnica y se volviese un poeta más sofisticado depurando su estilo, a veces hermético, a veces confesional; hacia una poesía amorosa, pero sin ningún rasgo romántico, más bien mostrando un amor doloroso, crudo, lacerante hasta el sacrificio.

Martin Seymour-Smith fue un polígrafo inglés que escribió más de 40 libros; conocido sobre todo por sus notables biografías de escritores de la talla de Rudyard Kipling o Thomas Hardy, entre otros, de quienes retrataba tanto su figura humana (a veces, mostrando lo ridículo del retratado) como su grandeza literaria. Escribe Sarah Lyall en su obituario de Seymour-Smith en el New York Times que Martin fue un acérrimo defensor de sus biografiados, como es el caso de Thomas Hardy, al que defiende de los ataques de Henry James obsequiando al autor de Otra vuelta de tuerca o Retrato de una dama, algunas de sus obras más aclamadas, con la siguiente frase literaria: “Henry James no entendía de poesía en profundidad, solo lo suficiente para temerla”.

La biografía que consagró a Seymour-Smith en dicho género fue el magnífico trabajo sobre Robert Graves titulado Robert Graves: His life and work, el cual se convirtió en el libro definitivo y decisivo sobre el autor de obras reconocidas a nivel mundial como Los mitos griegos o Yo, Claudio, entre otros. Dicha biografía fue alabada enormemente por Stephen Spender, quien dijo de ella: “es un libro tan extraordinariamente animado que casi puedo creer en otro milagro. Parece que va a aparecer Graves en la habitación”.

Seymour-Smith cooperó en la elaboración de La Diosa Blanca y su esposa Janet de Glanville, intelectual brillante e inestable al mismo tiempo, gran conocedora de la cultura grecorromana, fue de vital importancia en la compilación e interpretación de Los mitos griegos. Pero, a pesar de la larga amistad que mantuvieron con Robert Graves (y de la difícil relación con Laura Riding, la mujer que había cautivado a Robert Graves), ese hecho no fue suficiente para que la poesía de Seymour-Smith se viese influida por la de Robert Graves, aunque sí admitió la influencia de Robert Browning, poeta del siglo XIX. A pesar de ello el tema de La Diosa Blanca tuvo una importancia relevante para el poeta, tanto es así que aparece reflejada en varios poemas a lo largo de los seis poemarios publicados a lo largo de su vida (Poems 1943-1952, Poems 1952, All Davils Fading, Tea with Miss Stockport, Reminiscences of Norma and Other Poems y Wilderness) durante más de 50 años de poesía, en las tres dimensiones de la Diosa: doncella, madre y bruja. En esa relación poética y vital debe darse una alianza ente el joven poeta y la diosa-musa. La musa no es una mujer normal. Esto queda recogido, según Miranda Seymour (escritora que no tiene ninguna relación con Martin Seymour-Smith, a pesar de que se llama igual que una de las hijas del escritor) en Ten Poems More de Robert Graves, donde la musa personal es fácilmente identificable por su integridad, su crueldad, su persuasión y condena. Paradójicamente, los mejores poemas, los verdaderos, no son dedicados a ella sino a mujeres normales, o si son destinados a la Musa es desde la mujer particular que es.

La pareja Seymour-Smith y Glanville se casaron en Mallorca en 1952 mientras vivían allí, junto a los Graves. Martin se convirtió en el tutor del hijo mayor de Graves, William, a quien dedicó un poema, “Winter for William”, de sus Poemas 1943-1952. Durante un par de veranos, a las clases de William se unió un amigo de la familia Graves, un niño llamado Stephen Hawkins. Martin siempre vio ese hecho como una anécdota graciosa. Años más tarde el gran cosmólogo confesaba a Seán Haldane (poeta y editor, gran amigo de Seymour-Smith): “recuerdo que Seymour-Smith nos enseñaba a William y a mí un capítulo de la Biblia cada día. El me enseñó a no comenzar nunca una frase con la conjunción y”.

Pero si hay una obra de proporciones colosales en la producción de Seymour-Smith fue su Guide to Modern World Literature, terminada en 1973 y ampliada posteriormente bajo el nombre de The MacMillan Guide to Modern World Literature, 1986, que consistía en un estudio concienzudo de la poesía, teatro y ficción del siglo XX. En dicha obra el autor considera al peruano César Vallejo como el poeta más importante del siglo XX.

James Wood, uno de los grandes críticos contemporáneos americanos, en su libro Lo más parecido a la vida. Lecciones sobre nuestro amor a los libros (Taurus, 2016) cuenta que el primer libro que le causó un efecto profundo fue un libro titulado Novelas y novelistas. Guía del mundo de la ficción, editado por un excéntrico poeta y hombre de letras inglés: Martin Seymour-Smith. Es precisamente en la poesía de dicho “excéntrico poeta”, como escribe David Cameron (editor de la poesía completa de Martin en Rún Press, Cork Irlanda, 2014), donde se revela el propio hombre Martin Seymour-Smith.

Es en el oxímoron “desvelamiento y ocultación” donde Seymour-Smith despliega su voz poética. Ya sus primeros poemas exploran su exilio interior y exterior, la pérdida de inocencia que transforman al sujeto poético en un heraldo negro, como escribe su elogiado César Vallejo:

“Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte”.

Un sujeto poético que viaja hacia un destino fatal, como es el caso del amor, cuya complejidad psicológica termina con el daño que los amantes se prodigan ente sí, como en el ciclo de poemas “Reminiscencias de Norma” donde la mujer, musa y bruja al mismo tiempo, es abandonada por el poeta y este se siente culpable:

“Te abandoné Norma y moriste en soledad
en aquella estancia cuyas viejas piezas evitaban el sol
y más adelante le implora:
Te dejé una vez, pero ahora sé mía para guardar
lo que en la memoria permanece cálido y frío en la realidad”.

Su poesía es autocrítica y delicada; en ella se encuentra a sí mismo, aceptando la pérdida y la belleza terrible, así en “Eufrasia”.

“Te busco desolado en la tarde,
ajeno a los gritos infantiles y el rugir del tráfico,
incluso al canto de los pájaros,
te imagino y aprendo con frialdad
que no estás a mi lado. Pero tus ojos,
nublados por el dolor, brillan en esa imagen.
Amada, amenazante, mas nunca regalo envenenado,
tu hechizo no puede sino ser peligroso.
Sabiéndote no suficientemente bendecida busco
iluminarte con tu propia luz
y a mí un tanto, de algún modo, por no hablar.
Así que niégame. Sé mi flor sin esforzarte
En hacer el amor sino por tu propio bien”.

De emoción intensa, es Seymour-Smith un poeta erudito (leía en 20 idiomas) e imaginativo. Tenía un apetito voraz de conocimiento y son notables sus traducciones de poetas tales como Rilke, Montale, Antonio Machado, Pedro Salinas, Yannis Ritsos y otros muchos de las que el propio traductor consideraba deudoras con el original. Sus poemas son intelectualmente agudos y profundamente sentidos. Cada poema impele al poeta a encarar las verdades que preferiría ignorar, buscar un rastro de sentido y discernir su propia melodía. Pero necesita el poeta entender el lenguaje de aquello que adora y ama para volver a comunicarse con ello:

“Dame finalmente la gracia de entender
la lengua de las criaturas divinas al morir.
Hay tal divinidad dentro de su carencia
que podría devolverme mi conversación”
(del “Saboteador interno”).

Este artículo está basado en el libro: Martin Seymour-Smith, un rastro de sentido, edición literaria y traducción de Imanol Gómez Martín, El Desvelo Ediciones, Santander, 2020.

Imanol Gómez Martín
Imanol Gómez Martín

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