He de reconocer que por cierto pseudoelitismo cultural filosófico, sumado al hartazgo de la repetitiva sucesión de eventos futboleros que, año tras año, acontecen como un eterno retorno, un servidor dejó de interesarse por el fútbol hace mucho: dejando estos intereses al solaz de los adolescentes, los hooligans de medio pelo y los forofos más aguerridos. Algo casi parejo a las antaño gustosas lecturas del mostachudo de Röcken, que, por leídas y releídas, pasaron a formar parte del acervo propio, pero sin más aplicación real que las raíces cuadradas de la secundaria. Tanto uno como otras no se han olvidado, mas, con el paso del tiempo, han dejado de ser de propensión e interés, salvo en contadas excepciones. Más anecdóticas que pragmáticas.
Si bien, en momentos puntuales, como los del reciente fin de semana, cuando se celebraba la enésima final de la ya centenaria y olvidada Copa de Europa, salen a la luz retazos de un pasado más mundano. En el que, a costa de ver con cierta objetividad todo el idealismo colectivo vertido en eventos de cierta trascendencia popular (e intranscendencia cultural y política), a uno le da por analizar los acontecimientos más tempestivos y más humanos, demasiado humanos. Y como en el anuncio aquel de la fabada, un distraído servidor casi parece decir «¿y qué?, ¿el Real Madrid otra vez campeón de Europa?»
Pues sí, eso parece. El Real Madrid es otra vez coronado de Europa. Contemporanizando, el equipo merengue ganaba su decimocuarta Champions League, y uno, que sin detestar el once contra once a lo Borges, «El fútbol es popular porque la estupidez es popular», ni elevándolo a los altares como Camus, “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol», no puede sino preguntarse con cierta nostalgia en lo teórico (que no en lo práctico) qué tendrá de especial esta agrupación de blanco, y meditar sobre la genealogía de un club que parece ganar sobre los demás con abrumadora superioridad. Un mérito deportivo tan inusual como distintivo que convierte a ese equipo y entidad financiera en indiscutiblemente superior a las demás, la cual, con cierto solaz de filósofo aislado del mundo y de lo televisivo, parece recordar precisamente cierta distinción de la filosofía de Nietzsche. Esto es, la antítesis que expusiera don Federico en su celebrada obra, La genealogía de la moral, acerca de la moral de señores frente a la idiosincrasia de los segundones o siervos.
Más allá del bien y del mal y de metáforas rimbombantes, podría decirse en tono caricaturesco, en comparación con otras formaciones como, por ejemplo, el también madrileño Atlético (por no irnos más lejos, y reflejar ese antagonismo de los derbis y los odios vecinos que habrían servido a Freud para un ensayo sobre las pulsiones de tanatos), que el Real representa el espíritu romano del ganador, del triunfador, de la nobleza poderosa, de la aristocracia caballeresca, del guerrero que se ve a sí mismo como bueno, de la «bestia rubia» dominadora y del que tiene el pathos del derecho señorial: «los encumbrados, y de espíritu elevado quienes se sintieron a sí mismos y a su obrar como buenos, de primer rango». Y quizá, por eso mismo, como una profecía autocumplida, acaban siéndolo y como expresión del poder que ejercen pueden decir «esto es tal cosa y tal la otra». Por contra, siempre dentro de esta lógica burlesca, estarían las agrupaciones segundonas, las que no son tan privilegiadas, contrapuestas a la nobleza, las plebeyanas, las que sufren, las que hacen de sus pérdidas una virtud. No en vano, el primero suele llamarse a sí mismo «el noble y bélico adalid» y el segundo lleva a gala el apelativo del «pupas».
El pupas, esto es, el que padece, el que sufre, el que está ahí a pesar de. Y con ello ejemplifica,casi aun mejor el polo moral opuesto que tan bien describiera Nietzsche: el que, por no ganar tuvo que transvalorar los principios básicos del juego, dando primacía al sentimiento antes que a la victoria, a la afición antes que al buen juego, al padecer antes que al buen hacer y sacando fuera del terreno de juego el juego mismo. Algo que se consuma como un odio y resentimiento al otro que se autoafirma como el bienaventurado y ganador, al que se trata de neutralizar y acaba llamando el malo «tratándose de hacer pasar falazmente la debilidad por mérito»: «aquí la felicidad», diría Nietzsche, “está al nivel de los impotentes, apesadumbrados, venenosos y de rabiosa hostilidad, una felicidad que aparece esencialmente como narcótico plebeyo y sedante».
En este sentido, y no podrá negarlo ningún fan de cualquiera de los dos equipos, los atléticos, los hinchas del Calderón (ahora del Wanda-Panda) suelen ser antes antimadridistas que colchoneros, cual virtud empequeñecedora, y casi disfrutan más de las derrotas de su archienemigo que con las ganancias propias: «¡solo los desgraciados son buenos, solo los que sufren, impotentes y pequeños son buenos, mientras que vosotros, los nobles, potentes y altaneros sois por toda la eternidad los impíos, los malditos y condenados!» Algo que, por supuesto, no ocurre al revés, pues dentro del madridismo, también como analizara el bueno de Federico para con las morales superiores, el sentimiento generalizado hacia sus compañeros de ciudad suele ser la condescendencia e incluso una cierta simpatía apenas opacada por la conciencia de ser motivo de odio. Y es que, «los corderos se dicen unos a otros: las aves rapaces son malvadas», pero «las aves de presa echan una mirada burlona y se dicen: nosotras no miramos con malos ojos a estos buenos corderos, incluso los amamos, nada más sabroso que un cordero tierno».
En la vida como en el deporte, la fe de los inconscientes colectivos suele repetirse como se repiten los campeonatos y los partidos cada domingo…, cada mundial y cada Eurocopa. Sin transformaciones esenciales, existiendo camellos y burros, leones y niños, y en este sentido las creencias dependen tanto de la fuerza personal y la fisiología como de la tradición o la educación: «exigir que la voluntad propia no se manifieste como fuerza, que no sea un querer debelar, un querer enseñorearse con sed de enemigos y triunfos, es tan absurdo como pretender que la debilidad y la trivialidad se manifieste como grandeza».
Y aquí dejo ya esta pequeña e intempestiva alegoría de un apóstata del fútbol (como una visión y un enigma), al que le dan igual el Madrí y el Atleti y no pretende agradar a ninguna grada, pues como diría Machado «a mi trabajo acudo, con mi dinero pago, me debéis cuanto escribo». Y nada odiaría más que ganarme la enemistad de la chusma mal encarada, de los pena-negra y de las moscas del mercado de la Cibeles o Neptuno. Así que, como me dan igual once tipos dando patadas a un balón, y como a Zaratustra y al loco » también a mí me produce náusea el mercadeo de esta gran ciudad (…)», felicito al champiñón de Europa y tomo el sabio consejo: «donde no se puede amar (ni odiar) es mejor pasar de largo».
¿Porque odiaria la bestia rubia al pupa? ¿No tiene sentido verdad? Aun asi lo hace, el Atleti se ha vuelto un equipo protagonista de Europa, parece que eso al madridista no le parece, el que haya ganado un par de titulos y compita le genera cierta rabia al madridismo. ¿Simpatia? Muy poca. El Madridismo desprecia a su vecino incomodo, el noble siempre despreciara al plebeyo. Por su ignorancia, le molesta la alegría que genera sin razón. ¿No es incluso curioso que el colchonero tenga fuerzas para querer seguir compitiendo de querer desear como su vecino, y de tratar con indiferencia los logros del vecino? ¿Que otra opcion tiene el colchonero que transfomar su sufrimiento en virtud? ¿Que satisfaccion le quedaría? ¿ Entonces porque desprestigiar ese derecho que el tiene por la infortuna de su ser?El Madrid ha logrado que sus trofeos sean virtud, los ha materializado¿pero donde ha dejado la reflexión? Ya ha mecanizado sus movimientos. El colchonero agudiza su sentido, su observacion, se enorgullece de la aficion y de sus demás. El Madrid de sus logros. El plebeyo eres tu, soy yo. El Atleti es el sufrido equipo del pueblo.Tal vez habria que tomar propiedades de los dos aficionados, ser ganador y reflexivo,resiliente. Camus no estaba mal en su obervación, para poder entenderlo hay que jugar futbol. ¿Cual es tu posicion y cual es tu deber en tu posicion? En ese deber hay muchas responsabilidades, pero compites contra las responsabilidades de otro. En este juego deber tener paciencia en su momento y acelerar cuando te lo exige la jugada, pasa lo mismo en la vida. Todos los jugadores tienen el mismo derecho. Claro que tu no lo podes entender porque no lo amas, tu pasas de largo al ver 22 personas en un campo.