Cuando era joven me decían que a los cincuenta ya vería: ahora ya los he cumplido y no veo nada de nada.
Erik Satie (pianista y compositor)
¿Será necesario todavía decirlo? ¡Ea, pongamos en palabras lo evidente!: eso del “conflicto generacional” que ha dado de comer a tanto sociólogo papamoscas y narrador en general de dramas se está quedando gradualmente desfasado, y lo que vaya ser de ello en el futuro habrá que atribuirlo a la pura y llana tontería. Naturalmente, nos referimos principalmente al denominado “Primer Mundo”, pero también en estos tiempos en los que hablamos de interculturalidad y de pluralismo de valores comunitarios entre tipos de “mundo”, sería necio no aplicar esas mismas categorías para tratar el elemental fenómeno de que unos son mayores que otros y hay que procurar algún entendimiento entre las edades. Si tal comprensión falla, no cabe ya la excusa culta del necesario enfrentamiento de las mentalidades producido por el paso inexorable del tiempo y las subsecuentes transformaciones sociales. Pues lo cierto es que los padres cada vez se parecen más a los hijos y viceversa, en un proceso que pronto hará al abuelo semejante al nieto y así hasta que sobrevenga la ira de la naturaleza en la forma del Cambio Climático. La homogenización social y la disolución de las identidades tradicionales eso es lo que tiene: que nos obliga a echarle ingenio y buena voluntad a las relaciones intergeneracionales puesto que los roles de autoridad y sumisión ya nadie se los cree más que aquellos demenciados/as que matan a sus familias en un arrebato de autocompasión vengativa. Porque eso es, en nuestra opinión, lo que ocurre en la cacareada cuestión del maltrato de género: personajes de baja extracción y anticuados -generalmente varones proclives a la dipsomanía, pero dicho en cutre- que se aperciben confusamente de que los cambios socioeconómicos les perjudican en su posición de reyezuelos del hogar y, humillados y ofendidos en la única parcela que les restaba de respeto y poder, se cabrean cosa mala (malo, malo, malo, dice la canción) y tiran por el camino de en medio1. Pero los demás… Los demás que no tenemos motivo para sacudir ni a una estera porque nos van los polvos indoloros, carecemos también de motivo para no practicar una sutil flexibilidad a la hora de tratar a nuestros diferentes en años, sobre todo porque, en caso contrario, a la vieja usanza y por las chungas no vamos a sacar nada.
Antes, el susodicho conflicto generacional se tematizaba como inevitable malentendido entre sucesivas progenies de hombres en el marco de una marcha histórica imparable que hacía de cada uno, más que hijo de su padre, “hijo de su tiempo”, como decían Ortega y Gasset, que le sacó mucho partido a la cosa2, imaginaba esa marcha como el consabido tren en el que cada generación ocupaba no un vagón separado y aislado de la anterior y posterior, sino el mismo vagón simultáneamente las tres en ese momento vivientes, con lo que la gresca estaba asegurada. Y añadía que el intervalo entre generaciones había que calcularlo en 15 años uno más uno menos, de manera que pasado ese tiempo una nueva escala de valores y perspectivas sobre la vida histórica cambiaba de sesgo y demandaba su espacio propio a despecho de las precedentes. Por estas vías u otras, la idea caló y todavía en los años sesenta y setenta se podía oír a grupos como The Who cantando acerca de My generation, baby, en un periodo en que arreciaba el conflicto entre los vástagos enmelenados del “baby-boom” y sus progenitores educados en los rigores de la guerra. Luego se ha hablado mucho de la generación “X” de los grunjeros descreídos del los noventa (¿fue el ciber-novelista Douglas Copland?), a los que la realidad mordisqueaba sin desgarrar demasiado -con la baja de Kurt Cobain parece que tuvieron bastante-, también de la generación “Y” de los críos consumistas y bárbaros que lo quieren todo para ellos y lo quieren ¡ya! a cambio de nada (esto, algún sociólogo hambriento aprovechando la moda alfabética), y últimamente hemos leído con sorpresa y es-tu-pe-fac-ci-ón (concretamente a Vicente Verdú3) acerca de una última generación “participativa” cuyos miembros ambicionarían estar al tanto de todo y meterse en todo. Estos últimos representarían algo así como el reverso luminoso de la fuerza de aquellos yuppies de los ochenta que antes nos hemos saltado a la torera porque aún siguen entre nosotros, siendo -los primeros- como una suerte de “Caballeros Jedi” del otromundoesposibilismo que casi resultan demasiado bonitos para ser ciertos –pues si tales tipos existiéramos de verdad de la buena, y además no estuviéramos desunidos como lo estamos, no sólo la Globalización se podría gestionar de otra manera, sino que el propio y fatal Cambio Climático podría aminorarse en mucho, pero no.
Sea como fuere, lo que nos importa ahora es que todos los fenómenos contemporáneos de hijos que se quedan con sus padres sine die, de abuelos que se encargan de los nietos por las mañanas, o de tíos que machacan impenitentemente con sus sobrinos la Playstation 5, abonan la esperanza de que la historia se haya atascado en un punto muerto donde unos y otros nos toleremos un poco mejor por la simple razón de que convivimos en un mundo cuyas reglas son igual de relajadas para todos. En España, los famosos cuarenta años de democracia han servido, al menos, para eso: al margen de la mediática trifulca entre el centro-izquierda (o “zona-cero centro”) y el centro-ultraderecha (o “extremo centro”), nadie se complica la vida por ideas cuando existen tantas comodidades comunes de clase media por disfrutar. Freud ha quedado definitivamente liquidado, y en el antaño caldeado y cerrado establo familiar se ventilan aires nuevos que si no confortan, tampoco agobian, y así podemos decir con Durrell que “bichos y demás parientes” más que nuestros rivales históricos son nuestros compañeros de ecosistema humano. El relevo generacional nos lo daremos tranquilamente, como hacen los animales con sus cachorros, tratando de no tener en cuenta ni la indudable, pero cansada, experiencia de los mayores, ni la mercantilista, y por ello mentecata, arrogancia de los jóvenes4. Padres e hijos invertirán sus cuartos en un deportivo chulo si pueden; madres e hijas acudirán juntas a ponerse tetas si han ahorrado para ello –o al revés, que no nos estorben estereotipos. No es un panorama, en fin, muy alentador para la especie humana, si se quiere, pero, cuanto poco, desenquista un tanto los viejos prejuicios que nos impedían salir del armario, entrar en la legión, cruzar las razas o sortear los estudios –ya decimos, en el mundo rico.
Si cuando Satie cumplió los cincuenta (el acmé: la madurez perfecta para Aristóteles) no descubrió nada en especial como un desplome general de las carnes o un colapso de las ilusiones rampantes, pero tampoco lo contrario, algo así como una llamarada pentecostiana sobre su cabeza o una súbita hinchazón de razón en el córtex prefrontal del Ego viejuno, dejémonos unos a otros seguir generando y degenerando a la edad que nos dé la gana, compartiéndolo en la medida de lo posible con los demás sin importar su añada –pero yo qué sé si ya no sé ni lo que digo.
Nota acerca del título: Debemos este título, cuyo memo sentido será esclarecido más abajo, a un peculiar video-clip de gran éxito en Youtube llamado “Vivo con tu madre” y protagonizado por un cínico payaso -literalmente- que es realmente genial por delirante. Los autores son los chiflados humoristas de La Hora Chanante, emitida en la Paramount comedie.
1 Mucho antes de la tonadilla de la Bebe, Lou Reed ya había puesto acordes y versos al problema en el tema Endless cycle del muy recomendable álbum New York del ´89. Que no es un “ciclo sin fin”, en el que los prejuicios del padre pasan al hijo y todos quedan solidariamente unidos por el dolor, tratamos de convencernos aquí. A ver.
2 Aunque teorizaba una sociología sui generis más extraída de la psicología en sentido nietzscheano que de la disciplina propiamente weberiana o durkheimiana, es decir, que partía del individuo para llegar a la sociedad y no al revés, entendiendo, pues, lo social al modo de lo individual. Véanse, si no, las conferencias de El hombre y la gente.
3 Desdichadamente, fue en una columna de El País de Mayo del presente 2007 cuya fecha no recordamos.
4 Chicos hemos conocido que se apartaban de sus padres no por ser la figura de la autoridad, o sea, sus Padres como Dios manda, sino por no cumplir intransigentes criterios estéticos, de modo que el chaval (dos hostias tenía) medía, por ejemplo, a su madre desde el rasero de una top model, y así la encontraba gorda, poco atractiva, etc.